Perro pequines Pomeriano hijo de una canina y linda acróbata maltés y por padre un perro fenómeno con dos cabezas y siete patas, una de ellas la tenía atrás del cuello sólo para rascarse las nucas.

Brinquitos era un perro felíz, permaneció al lado de su madre acróbata en escena casi desde que nació, los equilibristas llevaban a brinquitos en sus hombros durante sus números circenses, a brinquitos le emocionaba ser transportado sobre la cuerda floja, para después ser lanzado al trapecio, donde hacían los acróbatas la faramalla de que se resbala de las manos para lanzarlo dentro de la boca de un cañón, para salir disparado sobre el público y caer graciosamente en una almohadilla en el centro de la pista del circo. Para brinquitos eso era emoción pura: la explosión, el volar, jugar con los acróbatas, las expresiones de emoción del público.

Brinquitos viajaba a muchos lados con la caravana del circo, conocía más mundo que muchas personas que se decían viajeras, la emoción de vivir de manera vagabunda, a veces durmiendo bajo las estrellas, otras veces en un lugar puertas adentro bien refugiado, en caravana, como si algún hechizo los obligará a viajar en un constante infinito, por tierras frías o por tierras con calor.

Sin darse cuenta, el circo llegó a uno de los últimos reinos que existieron y se presentó, la real alteza del imperio fue a ver el circo, el monarca vestía usualmente de pieles, pieles afelpadas y suaves, ya sentado en sitio de honor, cerca de la pista, empezó el espectáculo. Lo de siempre, el tragafuegos, el fakir, el perro de dos cabezas y por último uno de los mejores números de circo en la historia: Brinquitos, el perro bala – acróbata.

El perro fue presentado como una estrella, realizó su número y al ver desde el aire lo que le pareció una afelpada espalda felina, lo cual no dejó de ver desde que lo vió en el aire cuando era balanceado por los trapecistas, cuando estuvo en el cañón, se concentró en donde pudiera estar, así aprovechó la expulsión de su cuerpecito desde el interior del cañón para caer sobre la corona del rey, mordiéndola y refunfuñando indiscriminadamente, el rey se levantó asustado mientras brinquitos corría carpa a fuera con la corona en el hocico, tomaba la corona, la sacudía y la lanzaba, la corona giró y giró cuesta abajo por el bosque, llegó hasta un río por donde brinquitos seguiría ese cacharro dorado donde se sostenía ese gato que no era gato, después de un largo camino el río acababa en una caudalosa cascada y el piso en un filoso despeñadero, por lo cual, brinquitos dejó que se perdiera el gato.

Cuando brinquitos se dió cuenta, ya estaba perdido en el bosque, así pasaron varias noches y varios días, brinquitos comía descuidadas aves que no volaban tan rápido como debieran, en ese tiempo fue cuando conoció a Gyula, su actual dueño, un gitano que había ido por agua al río para su campamento.

¡Por favor papá! Dejalo que se quede. Le rogaba Gyula a su severo padre. Gyula, piensa, es otra boca más que alimentar. Decía precavido el padre. Le puedo enseñar a hacer algo. Insistía Gyula. Hijo, son años de entrenamiento, no aprenden de un momento a otro ¿O que? Le diré ¡Atención! Cuádrese.

El perro parecía entender las palabras y se puso en pose de entrar en acción.

Ahora le digo, vuelta adelante, vuelta atrás sentado, en dos patas. Padre, Brinquitos hizo lo mismo. Afirmaba el muchacho sorprendido que vio como Brinquitos hacía todo a espaldas del papá que hablaba irónicamente.

Mira papá Ahora le digo: vuelta adelante, vuelta atrás sentado, en dos patas. ¡Lo está haciendo! Es una ternura, ya está entrenado entonces, te lo puedes quedar. ¿De quien será? No se, cuando le encontremos el dueño, lo devolvemos, tal vez hasta paguen rescate o recompensa.

Y desde ese entonces Brinquitos acompaña a Gyula y su padre de pueblo en pueblo haciendo números callejeros, marionetas y acrobacias caninas.

P.d. Nadie ha reclamado a Brinquitos, el rey se mandó a hacer otra corona, la compañía de circo fue desterrada y la primera corona descansa en el fondo de un río pantanoso.